Desde un punto de vista estrictamente iconográfico, los misterios procesionales de la Semana Santa de Sevilla comienzan con éste del Sagrado Decreto de la Santísima Trinidad, pues en él se anuncia, mediante una compleja lectura de carácter alegórico, la decisión tomada por el Padre Eterno de que el Hijo bajase a la tierra para padecer y morir en la cruz, redimiendo a la humanidad del pecado. Como expresa San Pablo en su Carta a los Colosenses, Cristo vivificó el género humano “borrando el acta de los decretos que nos era contraria, que era contra nosotros, quitándola de en medio y elevándola en la cruz” (Col. 2, 14).
Según recientes investigaciones documentales, la aparición de este misterio en el seno de la Cofradía de las Cinco Llagas se remonta al siglo XVII. Así parece acreditarlo además la escultura de Dios Padre, y más concretamente su cabeza que, aunque muy retocada con posterioridad, delata una factura cercana a la órbita de Juan de Mesa.
Fue restaurado en 1907 por Ángel Rodríguez Magaña, y en 1982 y 1993 por Manuel Hernández León. En 1997, Antonio J. Dubé de Luque le talló un nuevo cuerpo, propiciando su torsión hacia la derecha, para poder entablar un diálogo más natural con su Hijo4. Sostiene un cetro en la diestra, al tiempo que la mano contraria se la lleva al pecho (1,34 m.).
De verdaderamente substancial puede calificarse la intervención restauradora a la que se vio sometida la escultura de Dios Hijo por parte de Emilio Pizarro y Cruz, tras presentar en julio de 1912 un informe en el que ponía de manifiesto su deplorable estado de conservación. En consecuencia, dicha imagen, presuntamente dieciochesca, fue desposeída de su encarnadura y sustrato de preparación hasta dejarla en madera; además, cambió la disposición de su brazo derecho, le talló las dos manos, resanó su cabeza y rostro introduciéndole ojos de cristal y volvió a policromarla por completo, todo ello por una suma de 250 pesetas. Su historia material se completa con las restauraciones verificadas por Ángel Rodríguez Magaña en 1922, José Gallego Muñoz en 1925, Manuel Hernández León en 1982 y Luis Álvarez Duarte en 2005. En el paso se muestra en actitud sedente, sujetando una cruz arbórea sobre el hombro izquierdo y bendiciendo con la mano derecha (1,45 m.).
La Paloma que simboliza a Dios Espíritu Santo fue tallada por Juan Mayorga en 1995. Se representa con las alas desplegadas en actitud de acoger bajo su gracia a toda la humanidad. Los tres haces de rayos que de Ella parten, uno por cada persona de la Divinidad, representan la unidad de Dios y la Trinidad de Personas.
La devoción a las Cinco Llagas de Nuestro Redentor Jesucristo, materializada en la imagen escultórica de un Crucificado, se encuentra presente en esta Cofradía desde sus orígenes. De hecho, en el capítulo 47 de la Regla de 1555, la única efigie que figura en el cortejo, cerrándolo, es la de un “crucifijo grande, que lo lleve un cofrade de los más altos”.
El salón de actos de la Casa Hermandad de la Trinidad se encuentra presidido por el más antiguo de los Crucificados conservados de esta corporación penitencial. Se trata de una escultura policromada en tamaño natural (mide 1,75 m.), de compleja historia material reflejada en la multiplicidad de sus materiales constitutivos: madera, pasta y telas encoladas. El núcleo más vetusto de la talla corresponde a su cabeza, de proporción inferior al resto de su anatomía, y que puede fecharse en la primera mitad del siglo XVII. Una substancial remodelación sufrió la fisonomía de esta efigie en 1746, al añadírsele “medio cuerpo nuebo”, lo que conllevó que hubiera de repolicromarse por completo.
Sabemos que, por entonces, el Cristo aún lucía una cabellera de pelo natural, como lo indica la adquisición de una peluca en 1749. El escultor Juan de Astorga, quien pocos años antes había ejecutado, a plena satisfacción de la Hermandad, la imagen de Nuestra Señora de la Esperanza, compareció ante el cabildo general celebrado el 14 de marzo de 1824, a fin de que “reconociese el estado del Crucifixo; y para que dijese si tenía composición, pues estaba bastante maltratado por su antigüedad, y no era cosa de exponerse a que en los movimientos que son indispensables y maniobras en el paso, entradas y salidas de la Yglesia, aconteciese algún accidente que causase perjuicios a los encargados y a la Hermandad”. El artista no dudó en afirmar que aunque el Cristo “tenía composición, era mucho mejor escoger otra efigie respecto a que la estructura no estaba buena y otras razones que como inteligente alegó”; pero los cofrades se opusieron a tales argumentos, acordando que la efigie debía componerse y repolicromarse – como aconsejaba el propio Astorga-, “pero que por ningún motivo se haga cambio con otro alguno, aunque sea de mejor estructura”.
La aludida restauración, cuyo comienzo se demoró por falta de fondos, se encomendó al escultor Cesario Ramos, quien cobró por su tarea un importe de 600 reales. De la trascendencia de dicha intervención da cuenta el hecho de que la imagen volviera a bendecirse el 30 de marzo de 1825. Más adelante, en vísperas de la Semana Santa de 1884, el escultor Manuel Gutiérrez Reyes procedió a la “restauración y mejoramiento” de este Crucificado de las Cinco Llagas, percibiendo el 7 de abril la suma de 900 reales, a cuenta de mayor cantidad. Es probable que, tal como indican las fuentes hemerográficas, resanara también otras imágenes de las que procesionaban con la Cofradía.
Una de las primeras providencias que se tomaron tras la reorganización de la Hermandad en abril de 1907 fue la restauración de sus imágenes por Ángel Rodríguez Magaña, incluyendo naturalmente la del Cristo, que dicho autor –nombrado Hermano honorario de la corporación- volvió a componer en 1918. La última actuación, en este sentido, se debió al escultor Carlos Bravo Nogales en 1950, quien lo restauró y volvió a policromar, dotándolo de la encarnadura que conserva hasta hoy.
La endeble calidad artística de esta imagen y su preocupante estado de conservación justificaron que la Hermandad se planteara reemplazarla, como se puso de manifiesto en el cabildo general extraordinario convocado el 19 de febrero de 1978.
En un posterior cabildo extraordinario de oficiales, llevado a cabo el 23 de febrero de 1979, se presentaron sendos bocetos modelados por Luis Álvarez Duarte y Luis Ortega Bru, que a la postre fueron rechazados por una comisión artística nombrada por el Consejo de Cofradías. Finalmente, en el cabildo general celebrado el 18 de noviembre de 1979 se escogió uno de los dos modelos presentados por el escultor Manuel Hernández León. Cuatro días más tarde se firmó el pertinente contrato, donde se establecía que el encargo debía finalizarse antes de la Semana Santa de 1981, como así sucedió, pues la nueva efigie, en madera de cedro policromada, fue bendecida por el Cardenal José María Bueno Monreal el 4 de marzo. Pero lo cierto es que sus grandes proporciones (1,80 m.) no armonizaban con las del resto de las figuras del misterio, por lo que al año siguiente el mismo autor lo sustituyó por otro Crucificado, de factura prácticamente idéntica, pero realizado a una escala inferior (1,65 m.), que se bendijo el 26 de febrero de 1982. Presentaba unas singularidades iconográficas dignas de recordarse, como el hecho de presentar taladradas las muñecas, montar el pie izquierdo sobre el derecho, o la manera de reclinar la cabeza hacia la izquierda.
Pasadas dos décadas, y no terminándose de consolidar la devoción hacia la imagen de Hernández León, la Hermandad, en cabildo general extraordinario celebrado el 2 de diciembre de 2001, decidió encomendar la realización de un nuevo Crucificado al renombrado escultor Luis Álvarez Duarte, quien lo concluyó el 17 de febrero de 2002. Empleando la técnica de la talla directa, está íntegramente ejecutado en madera de cedro real (mide 1,77 m.), utilizando la caoba de Brasil para la cruz arbórea, cuyo titulus está redactado en griego, arameo y latín. La policromía del Señor se ajusta a unas tonalidades suaves, elaborada a base de veladuras de óleos y pátinas naturales. Su excelente tratamiento anatómico y la acertada composición del paño de pureza corroboran la madurez artística alcanzada por su autor. La cabeza carece de corona de espinas, acentuando la placidez y serenidad espiritual que logra transmitir su rostro, de hermosos y juveniles rasgos. El Cristo de las Cinco Llagas se bendijo el 28 de febrero del citado año por el Director Espiritual de la Cofradía, Rvdo. Sr. D. Antonio Jesús Rodríguez de Rojas, S.D.B., actuando como madrinas de la ceremonia las comunidades del Instituto de Hermanas Trinitarias y del Beaterio de la Santísima Trinidad de Sevilla.
La imagen barroca de la Dolorosa que figuró durante los siglos XVII y XVIII al pie del Crucificado, únicamente hemos podido recabar el dato de que se policromó de nuevo en 1746. En 1820 fue sustituida por la imagen que esculpiera Juan de Astorga, la actual Virgen de la Esperanza. Como es ostensible, dicha efigie no alzaba su mirada hacia el Cristo, sino que la entornaba, ensimismada en su propio dolor. Cuando Nuestra Señora de la Esperanza fue entronizada en su paso de palio en 1924, en el paso de misterio la suplió una nueva Dolorosa tallada por Ángel Rodríguez Magaña, recibiendo el nuevo título de María Santísima de la Concepción.
La que hoy es cotitular de la Cofradía fue donada el 28 de junio de 1959 por el Prioste 1º José Ferrer Vera, habiendo sido tallada tres años antes, en 1956, por Antonio Bidón Villar (1893-1962). Es una imagen de candelero para vestir de tamaño natural (1,71 m.). De sus ojos, elevados para contemplar a su Hijo pendiente de la cruz, se derraman cuatro lágrimas, dos por cada mejilla. Sus cabellos están tallados y peinados con raya al centro, al tiempo que su boca, entreabierta en gesto atribulado, permite la visión de los dientes y la lengua.
En 1971 fue restaurada por Carlos Bravo Nogales (1915-1985), quien también intervino sobre las figuras secundarias del paso de Calvario. Un nuevo candelero le fue incorporado en 1984 por Manuel Hernández León. La última intervención sobre la imagen ha sido la restauración de la misma realizada en 2013 por los técnicos del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, consistiendo la misma en la limpieza de la policromía y consolidación de la fijación de las estructuras de madera principalmente.
Hasta que no se desveló su verdadera paternidad, la imagen de Nuestra Señora de la Esperanza llegó a estar atribuida al escultor dieciochesco Pedro Duque Cornejo, probablemente por los rasgos juveniles que exhibe su agraciado rostro. No deja de causar extrañeza el hecho de que Félix González de León, siendo contemporáneo de Juan de Astorga (1777-1849), a quien señaló acertadamente como autor de otras Dolorosas de la Semana Santa de Sevilla -las del Subterráneo y Buen Fin-, no incluyera ésta de la Esperanza en su producción, tratándose además de una de sus creaciones más afortunadas.
Debió tratarse de un inoportuno descuido, pues lo cierto es que Juan de Astorga la esculpió, como lo acredita la existencia de un recibo conservado en el archivo de la Hermandad de la Trinidad, cuyo tenor literal es el siguiente: “Reciví del Pe F. Josef Cavello quatrocientos rrs von para dar principio a la Escultura de una Sa de los dolores, para la Cofradía del Sagrado decreto situada en el Convto de la SSma. Trinidad Calzada, la qe ha quedado ajustada en novecientos rs vn concluida del todo y pintada. Sevilla y Junio 19 de 1819. Juan de Astorga (rúbrica). [Al margen izquierdo] Son 400 rs vn [En el ángulo inferior izquierdo] Reciví el total de la cantidad. Sevilla y Febrero 9 de 1820. Juan de Astorga (rúbrica)”.
De la lectura del mismo puede extraerse una substancial información a propósito de las condiciones en que se comisionó la imagen de la Virgen de la Esperanza. En primer lugar, queda bien claro que la destinataria del encargo fue la Cofradía del Sagrado Decreto de la Santísima Trinidad. Podría dudarse sobre si Fray José Cabello – hermano, capellán de la Hermandad y Padre Vicario del convento hispalense de la Trinidad Calzada- actuó como simple intermediario ante el escultor, pagándole con fondos de la Hermandad, o si él mismo fue el patrocinador de la obra; nosotros nos inclinamos más bien por esta última hipótesis, pues en el correspondiente Libro de Clavería no queda rastro alguno de desembolso al artista. Sí consta en la carta de pago transcrita líneas atrás que el 19 de junio de 1819 Fray José Cabello hizo una primera entrega de 400 reales de vellón a Juan de Astorga para que diera comienzo a la efigie “de una Sa de los dolores”, cuyo coste total, incluyendo su policromía, se había pactado en 900 reales. El finiquito de dicha cantidad lo cobró el 9 de febrero de 1820. Por consiguiente, entre ambas fechas debe situarse la ejecución material de la referida escultura mariana que, una vez más, debe recordarse que figuró en el paso del Cristo de las Cinco Llagas hasta 1924, cuando se entronizó por primera vez bajo palio.
La historiografía artística sevillana ha sido unánime en subrayar el peso específico de esta Dolorosa en el contexto de la obra de Juan de Astorga. En su conocida monografía sobre este escultor, Ruiz Alcañiz pone de relieve el influjo romántico que late en la configuración del semblante de la Virgen de la Esperanza, tan ensoñador y delicado53. Por nuestra parte, entendemos que es su Dolorosa más carismática, habiendo ejercido, en lo que a esta iconografía se refiere, un poderoso influjo sobre algunos imagineros contemporáneos hasta llegar a convertirse en un modelo repetidamente evocado o incluso imitado.
Atendiendo a una descripción morfológica de esta imagen de candelero para vestir (1,58 m.), recordaremos que su cabeza se inclina con grácil levedad hacia su derecha, entornando la mirada. Cinco lágrimas patentizan su tristeza, de las cuales dos se derraman por la mejilla derecha y tres por la izquierda. Un sollozo se escapa por sus labios entreabiertos, proyectándose la lengua hacia el exterior, cuya talla se hace visible entre ambas hileras de dientes. En el centro de la barbilla exhibe un hoyuelo.
El resultado es el de un rostro de exquisita belleza, una mezcla perfecta, como se ha dicho, de juventud, encanto y dulzura, que nos embelesa y cautiva, y nos hace partícipes de su llanto suave y consolador.
La imagen de Nuestra Señora de la Esperanza ha sido objeto de varias restauraciones, ninguna de las cuales, por fortuna, ha provocado la alteración de su fisonomía original. Una de las primeras intervenciones de las que se tiene noticia es la de Ángel Rodríguez Magaña en 1907, a la que siguió otra de Sebastián Santos Rojas en 1967. Por su parte, Luis Álvarez Duarte le incorporó un nuevo candelero en el año 2000. Finalmente, en 2012 la imagen fue restaurada por los técnicos del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, labor de conservación esta última que consistió fundamentalmente en la consolidación de la fijación de la mascarilla y en la limpieza de la policromía.
La simbiosis Hermandad-Salesianos de la Trinidad ha sido tal que el 10 de febrero de 1986 aquélla recibía respuesta afirmativa del Rector Mayor a la petición de incluir, entre los Titulares de la Hermandad a San Juan Bosco.
Se solicitó en Cabildo la apertura del expediente para ser autorizada por la Comunidad Salesiana la incorporación del título de San Juan Bosco, dando para ello las siguientes razones:
- Centenar de años de convivencia que han dejado raíces religiosas en la Hermandad.
- Alto Porcentaje de antiguos y actuales hermanos que han sido alumnos.
- Indulgencias, indultos, facultades y gracias espirituales que nos fueron concedidas por la Comunidad Salesiana en Turín el 10 de noviembre de 1956 y en gratitud a ello.
Así este mismo año y con fecha del 6 de abril se le comunicó al Rector Mayor de los Salesianos la figura de San Juan Bosco como cotitular. En el año 1987 los Salesianos ofrecieron la reliquia de San Juan Bosco para la veneración de fieles y hermanos en la Capilla.
El 10 de febrero de 1986, el Rector Mayor de la congregación salesiana accedió a la petición de la hermandad de incluir entre sus Titulares a San Juan Bosco.
Desde 2008, en la estación de penitencia de cada Sábado Santo procesiona una insignia de San Juan Bosco consistente en un relicario en plata, labrado por Orfebrería Andaluza, en el que se muestra una reliquia del santo fundador de los salesianos, donada a la hermandad por dicha congregación religiosa.
En 2010 la Casa Salesiana de la Trinidad regaló a la hermandad una imagen de San Juan Bosco en madera policromada, de tamaño académico, realizada por el imaginero Jesús Cepeda, que desde entonces preside una hornacina lateral de la capilla de la hermandad.